Cuando vemos por primera
vez a una persona, nuestro cerebro intenta clasificarla mediante esa
primera impresión, ya que tendemos a simplificar lo tridimensional a
lo bidimensional. Las expectativas que tenemos condicionan lo que
tenemos que ver.
Tras este proceso
perceptivo, mediante el cual estamos determinados por algo que ya
hemos conocido y podemos recolocarlo en función de si lo conocemos o
no, clasificamos a las personas, las categorizamos.
Reconocemos cosas porque
lo primero que vemos lo categorizamos: copa, pirámide, árbol.
Nuestro conocimiento está organizado en categorías por un simple
problema de economía cognitiva. Si cada copa que hemos visto las
retuviéramos en la memoria necesitaríamos una representación para
cada cosa. Nuestra memoria tiene categorías o almacenes de memoria
donde se depositan las representaciones. Podemos establecer
categorías más amplias, por ejemplo: al hablar de copa en
utensilios donde podemos incluir plato, cuchillo, etc.
![]() |
Tendemos a prejuzgar sin conocer. |
Podemos tener un número
muy pequeño o número muy amplio de categorías y todos los
elementos de estas categorías tiene características comunes. En la
categorización “todos los jóvenes son iguales” se generaliza y se
crean prejuicios sobre la gente introducida en esa categoría. Es
imposible tener una categoría para cada cosa que percibamos.
Aunque el problema no es
tener muchas o pocas categorías. Hay que ir integrando y
reestructurando las categorías conforme se adquiere información a
lo largo de la vida. Cuanto mayor es uno más difícil es esta
flexibilidad. Cuando alguien categoriza algo en modo positivo es
difícil que cambie, es mas pondrá más calificativos positivos.
Pero si la persona piensa inicialmente de forma equivocada, es
difícil que cambie de categorías.