jueves, 23 de mayo de 2013

Cuidado con la primera impresión. Cuidado con la categorización.

Cuando vemos por primera vez a una persona, nuestro cerebro intenta clasificarla mediante esa primera impresión, ya que tendemos a simplificar lo tridimensional a lo bidimensional. Las expectativas que tenemos condicionan lo que tenemos que ver.
Tras este proceso perceptivo, mediante el cual estamos determinados por algo que ya hemos conocido y podemos recolocarlo en función de si lo conocemos o no, clasificamos a las personas, las categorizamos.

Reconocemos cosas porque lo primero que vemos lo categorizamos: copa, pirámide, árbol. Nuestro conocimiento está organizado en categorías por un simple problema de economía cognitiva. Si cada copa que hemos visto las retuviéramos en la memoria necesitaríamos una representación para cada cosa. Nuestra memoria tiene categorías o almacenes de memoria donde se depositan las representaciones. Podemos establecer categorías más amplias, por ejemplo: al hablar de copa en utensilios donde podemos incluir plato, cuchillo, etc.

Tendemos a prejuzgar sin conocer.

Podemos tener un número muy pequeño o número muy amplio de categorías y todos los elementos de estas categorías tiene características comunes. En la categorización “todos los jóvenes son iguales” se generaliza y se crean prejuicios sobre la gente introducida en esa categoría. Es imposible tener una categoría para cada cosa que percibamos.

Aunque el problema no es tener muchas o pocas categorías. Hay que ir integrando y reestructurando las categorías conforme se adquiere información a lo largo de la vida. Cuanto mayor es uno más difícil es esta flexibilidad. Cuando alguien categoriza algo en modo positivo es difícil que cambie, es mas pondrá más calificativos positivos. Pero si la persona piensa inicialmente de forma equivocada, es difícil que cambie de categorías.